Un viejo artículo. Cada año es nuevo.
Pronunciamos la frase y nos quedamos tan a gusto. Se lleva. Se emplea como si fuera la solución, la panacea, la cuadratura del círculo. Al principio sonaba incluso bien. Ahora su uso y abuso sabe a conformismo. ¿Para qué romperse la cabeza indagando en las causas de lo que nos alarma ... o nos produce desasosiego?. No hace falta. Concluyendo con la frase, la conciencia descansa en paz. Ya podemos cruzarnos de brazos y mirar a otro lado.
Casualidades o causalidades de la vida, me pilla el tema a caballo entre el día de Todos los Santos y el día de los difuntos... que es todos los días a todas horas. Pero hoy viene en el calendario ex profeso para que a nadie se le olvide. Los cementerios están llenos de gente que quiere tener un detalle con los familiares que ya no están, que no estarán nunca más. Un día para poner unas flores, adecentar la lápida y rezar un responso. Un año más desde que no los vimos más. El dolor es inversamente proporcional a la añoranza. Hace tanto tiempo... Ahí yace la abuela, que vivió una guerra y se dejó la piel para poder sacar a sus hijos adelante. Y ahí el abuelo, que lo mataron los de un bando... o los del otro... Y ahí un tío lejano que murió a los pocos días de nacer porque, cuentan, en aquellos tiempos las mujeres alumbraban en su casa, con lo que había y la ayuda de la vecina. Y ahí.... Y ahí....
Hoy por las calles del cementerio los viandantes se pasean frente a los restos de los que ya han escrito y rubricado su historia. Me paro ante una lápida. Tal de Tal y Cual; “Tu esposa y tus hijos te recordarán siempre”. 20 de Octubre de 1922. Observo que hace años que nadie pasa por aquí. Una tumba descuidada. Ni una flor marchita. Es sencillo adivinar que los que le sobrevivieron ocupan algún lugar de alguno de estos pasillos u otro pasillo de otro lugar. Más fácil todavía es concluir que ya no hay nadie del mundo de los vivos que se acuerde de él. Rezo un responso por el alma del que yace en esa parcela destinada a los muertos. ¿Un difunto anónimo? No; nunca nadie es anónimo para uno mismo y para los que convivieron con uno. El anonimato es una realidad que afecta a los extraños. Tal de Tal tuvo esposa, hijos, tal vez nietos. Tal de Tal nació, vivió o malvivió en la misma ciudad que yo. Trabajó en algo que desconozco. También desconozco si fue un hombre sano o enfermo, si fue feliz, si fue amado por los suyos o si él los amó. El único dato que tengo es que fue. Nada más. La diferencia entre él y yo es que yo todavía soy y estoy. Todavía. Esta tumba se me antoja el mejor revulsivo para seguir estando y siendo cada día con más poso. Sólo cuando me coloquen en una parcela cercana a Tal de Tal y Cual podré decir “Esto es lo que hay”. Por un simple motivo: ya no estaré. Da lo mismo si limpian mi lápida y se acuerdan de adornarla con flores –mejor silvestres; las de floristería son carísimas-. Estaré en su recuerdo, pero ya no podré mover un dedo para cambiar nada. Cuando llegue mi hora, me gustaría descansar en paz... después de haber librado mi propia guerra... en paz.
Tal de Tal y Cual, sí, me ha ayudado a encontrar un antídoto a esas dosis inyectadas en vena de aburguesamiento y de “lo que hay”. El llamado Sócrates americano Stephen Covey, en Los 7 hábitos de la gente altamente eficaz, recoge una oración que rezan muchos de los que participan en los programas de Alcohólicos Anónimos : “Señor, concédeme coraje para cambiar las cosas que pueden y deben cambiarse, serenidad para aceptar las cosas que no pueden cambiarse y sabiduría para establecer la diferencia”. Unas páginas más y Covey retoma la idea concretándola con una frase lapidaria: “Si realmente quiero mejorar una situación, puedo trabajar en lo único sobre lo que tengo control: yo mismo”.
Hoy por las calles del cementerio los viandantes se pasean frente a los restos de los que ya han escrito y rubricado su historia. Me paro ante una lápida. Tal de Tal y Cual; “Tu esposa y tus hijos te recordarán siempre”. 20 de Octubre de 1922. Observo que hace años que nadie pasa por aquí. Una tumba descuidada. Ni una flor marchita. Es sencillo adivinar que los que le sobrevivieron ocupan algún lugar de alguno de estos pasillos u otro pasillo de otro lugar. Más fácil todavía es concluir que ya no hay nadie del mundo de los vivos que se acuerde de él. Rezo un responso por el alma del que yace en esa parcela destinada a los muertos. ¿Un difunto anónimo? No; nunca nadie es anónimo para uno mismo y para los que convivieron con uno. El anonimato es una realidad que afecta a los extraños. Tal de Tal tuvo esposa, hijos, tal vez nietos. Tal de Tal nació, vivió o malvivió en la misma ciudad que yo. Trabajó en algo que desconozco. También desconozco si fue un hombre sano o enfermo, si fue feliz, si fue amado por los suyos o si él los amó. El único dato que tengo es que fue. Nada más. La diferencia entre él y yo es que yo todavía soy y estoy. Todavía. Esta tumba se me antoja el mejor revulsivo para seguir estando y siendo cada día con más poso. Sólo cuando me coloquen en una parcela cercana a Tal de Tal y Cual podré decir “Esto es lo que hay”. Por un simple motivo: ya no estaré. Da lo mismo si limpian mi lápida y se acuerdan de adornarla con flores –mejor silvestres; las de floristería son carísimas-. Estaré en su recuerdo, pero ya no podré mover un dedo para cambiar nada. Cuando llegue mi hora, me gustaría descansar en paz... después de haber librado mi propia guerra... en paz.
Tal de Tal y Cual, sí, me ha ayudado a encontrar un antídoto a esas dosis inyectadas en vena de aburguesamiento y de “lo que hay”. El llamado Sócrates americano Stephen Covey, en Los 7 hábitos de la gente altamente eficaz, recoge una oración que rezan muchos de los que participan en los programas de Alcohólicos Anónimos : “Señor, concédeme coraje para cambiar las cosas que pueden y deben cambiarse, serenidad para aceptar las cosas que no pueden cambiarse y sabiduría para establecer la diferencia”. Unas páginas más y Covey retoma la idea concretándola con una frase lapidaria: “Si realmente quiero mejorar una situación, puedo trabajar en lo único sobre lo que tengo control: yo mismo”.
Las posibilidades reales de cambio se esconden dentro del calcetín de la vida de cada uno. Pasar de “lo que hay” a “lo que podría haber” requiere mover ese dedo y darle la vuelta.
5 comentarios:
Lo unico sobre lo que tengo poder yo mismo, que gran enseñanza Sunsi, para reflexionar en estas fechas.
Un día me dejé llevar por la curiosidad, y visité el cementerio civil de Madrid.
Ni una cruz en las sepulturas.
Está situado en la avenida de Daroca. Enfrente del enorme cementerio de la Almudena.Es pequeño.
Allí están enterrados los que no querían o podían tener una cruz.
Suicidas a los que la Iglesia negó tierra santa por haber obrado contra el quinto mandamiento. No matarás.
Diplomáticos musulmanes, judíos y anglicanos que murieron en España, lejos de sus tierras y sus creencias.
Políticos nacionales que abominaron públicamente de Dios.
Un lugar donde resulta difícil rezar un responso.
Cruzo la avenida y visito el de la Almudena. Enorme.
Un mar de cruces. Estás en casa.
Visito la tumba de Lola Flores. Y la de su hijo Antonio.Descansan juntos. Se respira creatividad a pesar de que ya no están. Anónimos que les dejan un clavel. La escondida lágrima de una señora mayor. Un niño juega junto a la cruz.
Cierro los ojos y escucho música.
Sonidos de mi tierra.
Los de la madre. Flamenco compulsivo. Simple. Alegre.Vivaracho.
Los del hijo, Antonio. Poéticos.Modernos. Frescos.
El mar en un vaso de ginebra. Pongamos que hablo de Madrid.
El niño que jugaba entre las cruces ahora recibe instrucciones de su abuelo.
Que no te acerques a ese foso. Que si te caes ya verás tu madre.
Respiro la mañana fresca.
Aquí sí apetece rezar.
Dar las gracias a la familia Flores por los buenos ratos que nos han dado.
Reflexionar entre cruces.
Pisar los guijaros de la vida.
...
El niño que jugaba entre las cruces ya es un adulto.
Ya no está el abuelo para advertirle de los peligros.
Pero el padre de su padre le dejó en herencia dos objetos de gran valor. Un biblia y una linterna.
Con la primera alumbra su alma.
Con la segunda dispara ráfagas nocturnas.
Hacia las estrellas.
Donde descansan nuestros queridos difuntos.
Hola desiré. ¿Conoces los escritos de Covey? Son fantásticos. Te los recomiendo. Tengo una carpetita con frases del libro y, de cuando en cuando, las releo. Y me va muy bien.
Me he reído mucho con la anécdota de la noria que has contadoo en el blog de Luisa
Un abrazo
Pedazo de comentario, Driver. Los Flores. Antonio y "No dudaría". Fue impactante la muerte de ambos.
¿Como haces para que, incluso un cementerio, huela a flores silvestres, a brisa fresca y se escuche la música del viento?
Gracias por dejar que te podamos leer.
Y la cantidad de vidas maravillosas que se esconden ahí porque suelen ser las que menos se cuentan...
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