Ayer volvió a suceder. De nuevo el alcohol... la agresividad... la distorsión de la realidad.
Hoy por la mañana me acordé de un artículo que escribí para el Diari de Tarragona. Alguien me dijo que era extremadamente pesimista, los más me tacharon de dramática. Cómo se nota que hay gente que jamás ha tenido que pasar por determinados trances.
Para según qué cosas el tiempo se detiene, no evoluciona. Y se repite todo como si anteayer fuera ayer, como si ayer fuera hoy. Impotencia. Ése es el sentimiento que me embarga. Perdón por el desahogo.
Mi querida amiga... Me cuesta reconocerla.
Hoy le he hecho una visita al centro donde intenta sin éxito abandonar la prisión de la droga. El rumbo se le muestra distorsionado por el fantasma de los miedos que emergen por primera vez y jamás se debieron silenciar.
El pensamiento, titubeante, busca un fondo para agarrarse y el ancla se le escurre. Ya no sabe qué es lo que le sobrevive y qué es lo que se le murió. El alma ya no se le sostiene, ebria de tristeza. Tiene los ojos turbios y la mente no puede atrapar las imágenes limpias que le ofrece el único lago transparente que aún le queda en la tierra.
Esa... !porquería! ... le ha amputado los brazos de abrazar y se hiela de soledad. Le ha escondido el cuerpo jugando a un trágico pilla-pilla. Le ha robado las piernas y no puede dejar huellas cuando camina... porque no avanza. Atrás, en una lejanía que ni sabe si fue alguna vez... mil pedazos de existencia. «¿Tú la ves? No busques más. Está perdida». «Me miro y no recuerdo quién fui... no adivino quién soy». «¿Te asombra que ya no me importe seguir siendo?».
La suya es una historia, como tantas, que se emborronó cuando la vida se le mostraba con toda su hermosura y todas sus miserias, a partes iguales. Tuvo lo necesario de lo que se puede pesar. Pero le faltó un «sí, adelante» o un «no, por ahí no». «Mírame a los ojos... ¿hablamos?». Sufrió alguna fractura cuando avanzaba cuesta arriba; tuvo que roturar alguna senda; fracasó alguna vez. ¿Y quién no? Pero el día preciso, a la hora precisa, no había nadie que le abriera una puerta para mostrarle a tiempo el primer error, sin tapujos ni dramatismos; tampoco quien le indicara la rendija de la ventana por donde se cuela el perdón, por donde los fallos pueden salir y entrar sin que te marquen el tíquet con una derrota. Y se empezó a deshilvanar girando sobre sí misma.
Una andadura sin heridas de guerra interior, sin lañas, sin los rasguños que señalan los intentos repetidos de abrirse paso entre las zarzas de la personalidad. Se instaló en un ecosistema cerrado y nauseabundo, pero le contaron que así es el aire puro que se respira más allá de las estrellas. Echó a volar porque no tenía poso. Y reventó al tropezar con un espejo despiadado que le escupió la realidad tal cual es. Entonces era demasiado tarde para volver a nacer.
Me dice: «Ojalá la primera vez hubiera dicho no».Y le pregunto, con una impotencia infinita, a sabiendas de que ahora da igual la respuesta: «¿Quién fue, dímelo, quién miró a otro lado cuando todavía no estaba todo perdido?».
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