viernes, 15 de agosto de 2008

La Fiesta de agosto


Hoy es mi santo... y el de mi madre y el de mi hija y el de mi abuela (que ya se fue).


Y ya lo estoy celebrando. De momento, dejando que el resto de mi familia duerma un poco más... porque es fiesta.


Ya me han regalado algo: una brisa fresca en pleno agosto. Para quienes no soportamos el calor, es el mejor obsequio. Gracias, Dios.


He abierto la pantalla y he buscado el Evangelio del día. Ante todo es el santo de la Virgen. Ella celebra que un día dejó la tierra y subió al cielo . Creo que en ese momento se fundió lo caduo y lo perenne, el aquí y el más allá. Desde entonces , nuestras palabras llenas de faltas de ortografía se evaporan como el mar y Ella nos las devuelve con una lluvia de Palabras que nos limpia y nos redime. Con cada Palabra construye un tramo de escalera para que podamos contemplar al Creador, para que nos sea más fácil orar.


Copio:




Hoy celebramos la solemnidad de la Asunción de Santa María en cuerpo y alma a los cielos. «Hoy —dice san Bernardo— sube al cielo la Virgen llena de gloria, y colma de gozo a los ciudadanos celestes». Y añadirá estas preciosas palabras: «¡Qué regalo más hermoso envía hoy nuestra tierra al cielo! Con este gesto maravilloso de amistad —que es dar y recibir— se funden lo humano y lo divino, lo terreno y lo celeste, lo humilde y lo sublime. El fruto más granado de la tierra está allí, de donde proceden los mejores regalos y los dones de más valor. Encumbrada a las alturas, la Virgen Santa prodigará sus dones a los hombres».


El primer don que te prodiga es la Palabra, que Ella supo guardar con tanta fidelidad en el corazón, y hacerla fructificar desde su profundo silencio acogedor. Con esta Palabra en su espacio interior, engendrando la Vida para los hombres en su vientre, «se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel» (Lc 1,39-40). La presencia de María expande la alegría: «Apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno» (Lc 1,44), exclama Isabel.


Sobre todo, nos hace el don de su alabanza, su misma alegría hecha canto, su Magníficat: «Proclama mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador...» (Lc 1,46-47). ¡Qué regalo más hermoso nos devuelve hoy el cielo con el canto de María, hecho Palabra de Dios! En este canto hallamos los indicios para aprender cómo se funden lo humano y lo divino, lo terreno y lo celeste, y llegar a responder como Ella al regalo que nos hace Dios en su Hijo, a través de su Santa Madre: para ser un regalo de Dios para el mundo, y mañana un regalo de nuestra humanidad a Dios, siguiendo el ejemplo de María, que nos precede en esta glorificación a la que estamos destinados.

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