Tiene fans y no canta. Sobreactúa sobre sus propias actuaciones. Es imprevisible , deliberadamente maleducado, cruel con su viperina, despiadado en sus críticas.
Pero no me digan que no lleva razón.
Desaparece, que no es poco
Hasta aquí hemos llegado. A tomar por curro. Un año más, machacas, mindundis y comadrejas dejamos el tajo unas semanas para reencontramos con ese yo que nuestro escaso tiempo libre ha ido tejiendo mientras pensábamos en otras cosas. Niños, recogedlo todo, que nos vamos. De vacaciones, de casa, de la olla, o de picos pardos, da igual.
La mayoría hace ya un rato que se las viene temiendo. Son los que las pasarán en casa de los suegros, en el zulo de la montaña o el nicho de cada año en primerísima línea de mar. A estirar de todo menos la pata sobre esos kilómetros de playa enmoquetada de colores tan horteras como punibles y barrigas rebozadas en aceite y arena, con esos kilitos de más.
Como buenos borregos, todos balamos hacia el mismo objetivo. Recargar baterías, que viene a ser como desconectar de los demás y descansar de uno mismo. A mi batería este año le quedan dos rayitas, la tuya qué tal. Además, como buenos gregarios, lo perseguimos del mismo modo dentro del mismo redil y, por si fuera poco, todos a la vez.
Convivir y convivirse, darse cuenta de con quién vives, pasar de pronto todas las horas del día y de la noche juntos, qué bonito principio del fin. La verdad que no entiendo por qué tras las vacaciones la gente se embarca en despedidas de la magnitud del divorcio. Me parece incomprensible, con lo maravilloso y fácil que parece eso del mismo techo.
Pero bueno, de todos modos, hablando un poco de lo mismo, lo que más me fascina de este momentazo en el que sí o sí hay que largarse es la operación salida de las cosas que ya huelen, porque duran demasiado. Siempre he creído que la elegancia era el arte de decir basta. Y al revés, que no hay nada más vulgar que pecar de exceso. Te lo dice un excesivo por vocación. Te lo cuenta este aprendiz de despedidas.
Hay que irse más. Porque sólo te puedes ir cuando lo haces por elección. Y porque si es por obligación, ya no te estás yendo, te están echando. Hay que saber leer cuándo uno sobra, cuándo ya ha hecho su trabajo, cuándo se puede ir con la conciencia tranquila y cuándo con la esperanza bien. E igual me equivoco mucho, pero creo que sólo hay una cosa más importante que el saber estar, que es el saber no estar. Quererse bien. Quedarse a gusto. Gritar tu ausencia. Y dejarlo ahí.
¿Es necesario que diga quién lo ha escrito?
1 comentario:
Sí, es necesario. Don Risto piensa. Y no piensa tonterías. A mí el artículo me ha gustado.
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