jueves, 7 de agosto de 2008

La cuestión del millón






"Si quieres conocer a una persona, no le preguntes lo que piensa sino lo que ama. "
(San Agustín)





De cuando en cuando entro en el blog "Citas y frases".

Hoy cuelgo esta frase. Es del mismo autor que un día escribió "Ama y haz lo que quieras". Se puede reescribir en primera persona. Y te pones a pensar. Puede salir cualquier cosa.

¿La maleta? Creo que hay que abrirla. A saber cuánto tiempo la llevamos a rastras con el trasiego diario. Y llega la noche, rendidos, y no apetece. Supongo que en verano algún rato tendremos para colocarla encima de la cama, desplegarla e ir sacando todas las prendas que contiene.
Creo que lo voy a hacer. Primero colgaré un cartel en el dormitorio " NO MOLESTEN, POR FAVOR". En la soledad hay silencio y en el silencio se pueden revisar los amores que se han estropeado o los que se han ensuciado. Hay gente que dice "vacaciones para cargar la pilas".
¿Cómo se hace eso? ¿Tumbados sin pegar ni golpe, con la mente en blanco? Mejor dedicar un tiempo a airear la maleta del corazón. Creo...

18 comentarios:

Anónimo dijo...

Una vez escribí un libro de relatos juntos a un amigo fiscal.
Dos camioneros( el Gordo y Driver) recorrían Europa, y cada día les pasaba algo en alguna ciudad distinta; este esquema facilitaba hablar de muchos temas de forma rápida y amena.
En el capítulo 18 tocó hablar del amor. Y como era un capítulo par me tocó escribirlo a mí.
Esto fué lo que salió, no sé muy bien si habla del amor, de la dignidad o del espíritu desordenado de los latinos; o de las tres cosas, o de ninguna.
En fin. Espero os guste.

Capítulo 18 :STROMBOLI.

De cada cuatro personas que recogen chapapote, dos representan el cincuenta por ciento.
El veinticuatro de diciembre del 2.002, Juan Sánchez, mariscador y seguidor del Depor, se levantó a las cuatro y media de la mañana.
Se preparó un café muy cargado, cogió el cubasquero y una pala, y se dirigió a su Ría.
Si el año hubiese sido normal, por aquellas fechas estarían en plena faena.
Aquel año no había sido normal, y por aquellas fechas le habían hecho una faena.
De cada veinte toneladas de chapapote extraídas del mar, cinco representan un veinticinco por ciento.
Si Juan hubiese puesto atención a las noticias de aquellos días, si hubiera leído la prensa o hubiese escuchado las explicaciones de los políticos, Juan se habría cabreado profundamente; él no estaba en disposición de perder su atención. Necesitaba estar concentrado, absorto.
Tan temprano no había nadie.
Mejor -pensó-
Estuvo media hora concentrado hasta que salió el sol. Una hermosa media hora que aprovechó intensamente en conseguir un profundo estado de paz. La mente dentro de tí y mirando hacia dentro.
A las cinco treinta y ocho de la mañana, se descorrió el telón de aquel día de Navidad.
Cuando los primeros rayos del sol iluminaron su playa, la oscuridad dejó paso a una tenue claridad.
Y así, un día más se pudo ver la maldita maldición otra vez.
La playa que ayer estaba limpia, hoy estaba negra.
Juan se esforzó en no perder su estado de concentración, sabía que no lo podía perder en todo el día, sabía que cuando llegaran los militares y los voluntarios el bullicio le podía perturbar.
Así que bajó a su playa, empuñó su pala, miró al cielo con cierta complicidad difusa y empezó a baldear .
Modulaba el ritmo para no agotarse . Necesitaba dosificar sus fuerzas. Precisaba trabajar ocho horas seguidas.
De cada cien paladas, veinticinco son una cuarta parte.
Entre el cielo y la playa, un hombre luchaba para no perder lo único que nadie le podía robar. Aquello que le mantenía vivo. Su dignidad.

...
El Gordo explicaba a Jovanni, el dueño del taller Stromboli, que las tetas de la Marta Sánchez erán tan inmensas como las cinco Copas de Europa que el Madrí había ganado seguidas.
“Inmensas, oceánicas”.
El italiano defendía su identidad nacional diciendo que la presencia de Sofía Loren en la historia del cine superaba con creces todo lo imaginable.
“Bella, bellísima”.
Aquellos dos hombres de la carretera estaban cimentando una futura y sólida amistad.
El Gordo miraba el reloj y se preguntaba dónde estarían sus compañeros de viaje.
“Dame una copita Jovanni, que estos pardillos no llegan”.

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El Driver y María estaban repostando en una gasolinera de la Texaco.
Tras unas horas de inquietante oscuridad mental, Driver seguía sin saber cómo decirle qué a María.
La llegada a la gasolinera le relajó. Aquel olor a goma quemada le era tan familiar, que al tropezarse con la bandera del gordo michelín, le saludó con entusiasmo.
“Salud, tío”.
María se dirigió al gasolinero.
“Lleno, por favor”.
La mujer que sabía tocar el piano preguntó por dónde se iba a Stromboli.
El hombre que dispensaba gasolina le explicó por dónde se iba a Strómboli.
Driver supo en ese momento que el tiempo se le acababa.
“Si una mujer coge la iniciativa, estás jodido”, le había dicho el Gordo en más de una ocasión.
“Date por jodido , Driver” – masculló para sí-.
“¿Qué dices? “– preguntó la mujer que amaba la música-.
“Nada, nada, que nos vamos a Strómboli”

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Aquel pueblo italiano a la orilla del mar era blanco.
El mar que bañaba aquel pueblo blanco era muy azul.
Las piedras del volcán que estaba junto al pueblo blanco, que era bañado por un azul muy de mar, eran piedras de un negro tan negro que reflejaban el blanco en el azul, y el azul en el blanco.
María y el Driver pasearon por el muelle, comieron en una taberna y se sentaron en un banco.
En la placita de aquel pueblo blanco de piedras negras, había una iglesia de color iglesia.
Junto a la iglesia del pueblo blanco había un parque de color parque.
En el parque del pueblo blanco con piedras negras había una niña amarilla.
La niña amarilla del pueblo bañado por un mar, de color muy de mar, se les acercó y les preguntó una pregunta de color inocente.
“ Hola, ¿sois novios?”
María miró a la niña e imaginándose la cara de circunstancias que el Driver mantendría en ese momento, respondió a la niña:
“Sí, somos novios”
La niña amarilla se marchó a jugar con su muñeca negra a la plaza del pueblo blanco.
Driver se sintió obligado a decir algo al respecto, pues aquella era la primera noticia que tenía sobre el estado de sus relaciones sentimentales.
El destino le echó una mano, y cuando estaba abriendo la boca para decir algo, aunque no sabía exactamente qué, un estruendoso estallido de campanas verdes rompió el silencio.
La plaza se empezó a llenar de parroquianos severos, de niños arreglados, de señoras de buen y mejor ver, de dos curas, de un vendedor de helados, de una pandilla de adolescentes y de dos familias que endomingadas hasta arriba esperaban a unos novios.
A los pocos minutos, siguiendo la más arraigada de las tradiciones, el novio llegó montado en una jaca. Descabalgó y ató las riendas en el banco donde estaban sentados Driver y Martía.
Se aproximó a uno de los dos grupos de familiares, que apiñados en la escalinata, esperaban ver lo que ya tenían grabado en la mente de tanto desearlo.
El novio, vestido de negro con una especie de traje regional, se acercó al se supone que sería su suegro. Sacó una navaja del bolsillo, se la entregó al padre de su futura, e inclinándose delante de él, le ofreció su cuello con una ligera inclinación de la cabeza.
El suegro abrió parsimoniosamente la navaja, miró al cielo, miró a su mujer, y reprimiendo el claro deseo de cortarle el gaznate a aquel mozuelo que le iba a robar a su hija, sintió que al menos durante unos segundos había tenido su vida en sus manos. Con eso se daba por satisfecho. Guardó la navaja, abrazó al mozo y dejó que la fiesta continuara.
Dentro de la iglesia el cura ofició una corta ceremonia, ya que el padre de la novia, un antiguo brigadista de la Guerra Mundial, había negociado una duración máxima de veinte minutos.
“No piso una iglesia desde el 25 de marzo de 1944; tengo sólo una hija; le doy veinte minutos, ni uno más”.
El cura oficiaba a cuatro mil quinientas vueltas; si en un repecho de la ceremonia bajaba la velocidad, la mirada del padre de la novia le hacía meter tercera y subir a cinco mil setecientas, ya cerca de la marca roja.
Una vez acabada la ceremonia, la gente salió a la plaza y se dirigió a una pradera donde las mujeres de negro del pueblo blanco, habían preparado unas mesas con unos hules rojos.
Driver y María observaban desde el banco.
En un indeterminado momento de una alborotada algarabía, la novia se acercó a la pareja de forasteros del banco, les miró fijamente, se fijó en los confusos ojos del Driver, absorvió la cálida mirada de María, se acordó de cuando llegó a Milán y era una forastera; y como estaba contenta y feliz, se permitió hacer lo que le hubiera gustado que alguien hubiera hecho por ella. Tomó su ramillete de novia, se lo entregó a María con una dulce sonrisa, luego se quedo plantada delante del Driver, y entonces fue cuando ocurrió.
La novia blanca del pueblo blanco le apretó un fuerte guantazo a un forastero con pinta de camionero.
Aquel golpe no aclaró para nada las ya de por sí confusas ideas de Driver, sino que más bien le cabreó, le cabreó profundamente.
María se quedó perpleja, el Driver estaba petrificado y cabreado a la vez.
El novio se dio cuenta del movimiento general que había protagonizado su actual señora, y no se sabe muy bien, si por solidaridad con ella, si motivado por las dos copas de vino siciliano que llevaba ya en el cuerpo, o simplemente por que María estaba como un queso; el caso es que se acercó a María y le apretó, así sin venir a cuento, delante de ciento ochenta invitados, a veintidos minutos de estar casado, y con un par, un enérgico y a la vez sensual beso en la boca.
Las mujeres de negro del pueblo blanco ni hablaban español, ni italiano, ni inglés ni ningún idioma comunitario. Maldita la falta que les hacía. Aquellas mujeres observaban los acontecimientos y reían, reían con la ingenua complaciencia con la que ríe una anciana con sangre latina.
El brigadista de la Guerra Mundial se acercó al Driver con la doble intención de evitar, por una parte, la más que probable reacción de aquel confuso forastero cuya novia acababa de ser públicamente morreada, y por otra hacerle comprender algo que parece ser era muy importante.
Para esa doble función se plantó delante de Driver, cogió un guijarro del suelo y de una forma convulsiva empezó a darse a sí mismo suaves golpes en la frente con el susodicho guijarro. A continuación acercaba el pedrusco a la frente del Driver, y presionándolo sin prisas pero sin pausas, lo frotaba en la frente de aquel muchacho del barrio de Los Angeles de San Rafael, con la sana intención de transmitirle un mensaje de gran trascendencia.
Por mucho que se esforzaba Driver, el mensaje no llegaba a su cerebro; así que se dejó llevar por los acontecimientos, se mezcló junto a María con el gentío, comieron, bebieron y bailaron .
Aquellos parroquianos de Strómboli les saludaban como si fueran paisanos suyos de toda la vida. Les felicitaban con la misma energía con la que felicitaban a los novios recién casados. Bebían y reían con ellos.
Los acontecimientos que siguieron a la fiesta son de imposible descripción, ya que entran directamente en la intimidad de nuestros protagonistas. No seré yo el que se ponga a hablar de noches de vino y rosas; no estoy aquí tecleando para describir lo que pasa entre dos seres humanos cuando la vida se desboca. No, ése no soy yo.
Solo diré que Driver y María se encontraron desayunando al día siguiente en el único hotel que había en el pueblo, en compañía de los novios, y que Driver tenía una enorme resaca .
Una vez que los novios se despidieron, María se fijó que tanto Driver como ella llevaban en el cuello un hasta hoy extraño collar de piedras volcánicas.
María se dirigió al camionero:
“Driver, creo que esta gente nos ha casado por algún rito desconocido para mí”
“María, ¿ no habremos firmado algo sin darnos cuenta?”
“Driver, yo no he firmado nada; de todas formas no me hace falta firmar nada. A mí me vale así”.
Driver se tocó la mejilla golpeada por la novia italiana, se frotó la frente raspada con el guijarro del brigadista, pensó que ya eran muchos golpes en tan poco tiempo y respondió a María.
“ María, a mí también me vale”.

Entre el cielo y la playa, un hombre luchaba para no perder lo único que nadie le podía robar. Aquello que le mantenía vivo. Su dignidad.

Mariana dijo...

La dignidad...es lo último que una persona debe perder en su vida.

Mariana dijo...

"...Si quieres conocer a una persona, no le preguntes lo que piensa sino lo que ama..." Uff, preciosa frase, sin lugar a dudas, me encanta!!!. Estoy bastante de acuerdo con el contenido. El pensamiento puede haber pasado por varios filtros, pero el sentimiento en esencia...es diferente. Somos lo que exteriorizamos...exteriorizamos lo que sentimos...y lo que sentimos es lo que marca la diferencia y la similitud entre cada uno de nosotros. La razón está muy bien pero, como decía el texto de Charles Chaplin del cual todavía me acuerdo muchas gracias de nuevo por facilitarlo, la razón ha de ir acompañada por el corazón para poder desarrollar óptimamente el "saber vivir".
GRACIAS POR TODO, GENIAL!!!
A mi me pasa como a driver, si siento lapresión u obligación de tener que escribir...zas...efecto rebote, es que no me sale nada, de verdad. Siento no abrir el blog,pero es esto lo que me pasa. Espero lo entiendas.
Con cariño. (Ah! puedes hacer un encargo si quieres, eh?, ji,ji,ji)

Anónimo dijo...

¿He oído algo de un encargo?...
Un millón por un encargo.
Poco dinero por tanto.

Atentamente. Driver.

Anónimo dijo...

Hola, Driver. He hecho un copia pega y he guardado tu capítulo. Quiero leerlo con calma y hoy estoy como el tiempo. En Tarraco el bochorno es insoportable y el dolor de cabeza puede conmigo.

Hola, Mariana. Cuando coges carrerilla...

Menudo par de comentaristas tiene mi blog. De lujo. Sois fantásticos.
Bueno, mañana será otro día y espero poder contestar a lo que habéis escrito.

Iba a decir bona nit, pero aún queda la cena, la postcena ... muy amena en verano ... Aún con todo, bona nit y que elcalor no os impida dormir. Yo cruzo los dedos.

Anónimo dijo...

Un consejo para dormir fresco en verano.
Silleta de playa y almohadón.
Subir a ambos dos a la terraza.
Estudiar el lugar por donde corre el fresco.
Aspirina de Bayer.
Sentarse cómodo, mirar las estrellas y esperar a que la Bayer haga su trabajo.
Mientras tanto contar estrellas.
...
Frescas estrellas de verano.

Mariana dijo...

Hola!
Una vez escribí un cuento muy especial a una personita y me sentí muy bien haciéndolo, lo volvería a repetir aunque no obtuve feedback alguno. Ahora, pasado el tiempo escribiría otro, creo que esta vez sería muy difrente, no sé, no sé si hacerlo me lo pienso.MK

Anónimo dijo...

Mariana, no te lo pienses mucho y escríbelo.
Quiero leerlo.
Sólo una cosa.
Disfruta mientras lo escribes.
Lo demás no importa.
No importa nada.

Anónimo dijo...

Gracias por el consejo, Driver. Si no es el calor es el insomnio. Igual las neuronas siguen trabajando por la noche y cuando están agtadas me despiertan.

Mariana, ¡escríbeloooo...! Si pensar quién lo va a leer, sin creer si obtendrás respuesta o no.
Estoy con Driver, escribe y disfruta.

Anónimo dijo...

Mi muy estimadas Sunsi y Mariana.
Acabo de recibir un mail de Driver desde la Argentina.
Me resulta imposible hacer un resumen de las impresiones de su viaje, así que copio y pego.

“Mi muy estimado Diego: ¡Por fin conocí a Casta Niebla!, es muy guapa, tiene una sonrisa albiceleste, como la bandera argentina. Me ha enseñado Buenos Aires. También bailamos tangos, junto al puerto fluvial, en un pequeño barecito con pista de baile de madera. Hace un par de días la acompañé a Mar de Plata, que es donde veranean por aquí los que tienen plata. Como es tan guapa, decidí viajar al sur, pues me estaba enamorando de ella, y prefiero tener una amiga para siempre que una simple aventura. Cuando vuelva del sur le haré una visita.

Este es un gran país. Las distancias son enormes. Y aunque hay crisis, la gente me está ayudando mucho. La población es un fiel reflejo de la gente latina que hay en Europa, por la cuenca del Mediterráneo.

Ahora me encuentro en Ushuaia, que es una ciudad muy cercana al Cabo de Hornos. Aquí es invierno y como estamos cerca de la Antártida hace un frío que pela.

Me he hecho amigo de algunos camioneros que me he encontrado por el camino. Me estoy divirtiendo mucho, pues mis nuevos amigos cuentan historias en los bares por las noches, mientras beben mate. Me hablan de una conspiración que se está preparando para reconquistar las Malvinas; no sé si es en serio pero me han invitado a ir con ellos a la reconquista de sus islas, igual me apunto para echar a los ingleses; me dicen que les hace falta gente como yo, y que como los españoles estamos acostumbrados a pelearnos con los ingleses, que cuentan conmigo. También me estoy empapando de las historias de los barcos y de los marineros que doblaron el Cabo de Hornos, me dicen que si lo doblas te tienes que pones un pendiente en la oreja, pues es una tradición.

Pero lo que realmente me está volviendo loco es lo de La Antártida. Desde aquí salen barcos de abastecimiento a las bases que diferentes países tienen en el continente helado. Me han hablado de icebergs que se han desgajado y que van flotando por el Atlántico Sur, con una superficie enorme. Como me dé por ahí, me embarco y voy a ver lo que ahí por allí. Hielo azul de mil tonalidades.

Para hacerme más lío en mi cabeza del que ya tengo, he recibido un cable de María desde España, y me dice que un señor muy rico le ha pedido matrimonio, y me pregunta que qué pienso. ¡Dios, que qué pienso! No sé si decirle que la quiero y que se case conmigo, o que se case con el rico, le quite todo el dinero y se venga a Argentina a empezar una nueva vida. En estos temas soy un poco torpe. Por otra parte Casta es muy, muy, muy, guapa.

No sé qué voy a hacer. Creo que me voy a embarcar en unos días pero antes les diré a todas que las amo.

Más que otra cosa, porque es verdad.

….

Amo la vida. Amo a mis amigas. Pero sobre todo amo los maravillosos días que Dios nos ha regalado.

No sé si moriré reconquistando Las Malvinas, si moriré en brazos de una española o una argentina, si moriré congelado en la Antártida o doblando el Cabo de Hornos.

Lo que sí te puedo asegurar amigo, es que sea lo que sea que me ocurra, si es malo, no será mañana cuando ocurra.

Mañana va a ser el mejor día de mi vida.

Atentamente. Driver.”

Anónimo dijo...

Espero que le perdoneis a Driver las faltas de ortografía.
Pensad que es un camionero, sin apenas estudios.
Al ser mi mejor amigo, le perdono todo.
Todo, todito, todo.

sunsi dijo...

Un reto... ¿Sabrías decir qué es lo que más amáis? Lleva su tiempo porque hay que arrancar capas de nuestra personal alcachofa...

Es que os escaqueáis de mi post... villanos... (con cariño)

Anónimo dijo...

Lo que más amo es lo que más me ha costado conseguir.
Mis dos hijas. Fecundación in vitro.
Mi mujer.Años de enfrentarnos a cientos de dificultades.
Mi libertad. Desde los 20 años pagándome todas las facturas.
El mar. Contínuas enseñanzas con tan sólo contemplarlo.
El sentido común. Por más que lo persigo a diario, él siempre corre más que yo.
Escribir. El arte de imaginar lo difícil.
Dios. Ese amigo al que hay que cuidar todos los días.
...
Reto aceptado.
No me escaqueo.

Anónimo dijo...

Lo que más te ha costado conseguir. Luego has batallado. No te han servido nada en bandeja.
Me he emocionado al leer tu respuesta.Tienes muy claro lo que amas. De hecho, era previsible una respuesta ASÍ de alguien que escribe ASÍ.

Pensaba que esto es algo que me gustaría dejarles en herencia a mis hijos. También el amor a la vida, en presente. A no desperdiciar nada de lo que se nos presenta cada día. Amar la libertad... de cada acto en el inyectan amor desinteresado a los que conviven cin ellos. Sin miedo. Que no tengan miedo de ser nobles , buenos, coherentes, amables...Que no tengan miedo de denunciar lo que no es noble ni bueno ni coherente ni amable. Que no tengan miedo de sus propios actos si la brújula de su conciencia les dicta que aquello está bien.

Soy una madre que está creciendo a medida que crecen sus hijos. Y aprendo para poder dar. Dios quiera que pueda conseguirlo.

Gracias, Driver.

Anónimo dijo...

Cuento para Eduardo y Silvia.

Esta es la historia de dos niños que eran hermanos y vieron crecer juntos los árboles del bosque.

Un buen día, el señor Dios decidió levantarse muy temprano y empezar a trabajar. Desayunó mucho, pues el día se presentaba largo. Se puso el traje de jardinero y se dirigió al huerto que había detrás de su casa. Cogió la azada con las dos manos y excavó un profundo agujero, donde depositó dos arbolitos pequeños, muy pequeños. Cubrió sus raíces con tierra fértil, los regó y apisonó la tierra con sus propias manos. Las manos del señor Dios.
Aquel mismo día, un niño y una niña habían venido al mundo en un hospital de Murcia. El niño se llamaba Eduardo y la niña Silvia. Al principio los niños son pequeños, muy pequeños, como los arbolitos, como los pollitos, como los pájaros que vuelan muy, muy alto, y resulta que sólo se ve un puntito en el cielo.
Y así pasó el primer día, y el señor Dios vió que la cosa iba bien, así que se fue a descansar.

El segundo día, los arbolitos seguían siendo pequeños, muy pequeños, así que Dios dijo: “voy a sacar el abono y la manguera, a ver si dándoles de comer crecen”.
Edu y Silvia tomaban la merienda. Mucha leche y muchos potitos. En aquella ciudad habían más niños que también estaban creciendo, así que hubo que traer una vaca enorme que hacía “muuuu”, “muuu..”; también trajeron una máquina para fabricar potitos, pues estaban muy ricos, y cuantos más potitos tomaban, más potitos querían aquellos niños que estaban creciendo.
Y así pasó el segundo día, y el señor Dios vió que los arbolitos estaban bien alimentados; así que se sentó en una piedra plana, y se puso a mirar a su alrededor. Observó los árboles del jardín, las flores del campo y el vuelo de las golondrinas; y como todo era muy bonito, el señor Dios estaba muy contento.

El tercer día se levantó con un viento muy, muy fuerte. Los arbolitos se inclinaban a merced de la tormenta, y el señor Dios los miraba preocupado. Nada podía hacer, pues los arbolitos tienen que aprender solos a resistir la lluvia y la tormenta.
Edu y Silvia aprendían a andar. Allí estaban sus padres para ayudarles. Su papá se llamaba Edu también, y era fuerte, muy fuerte. Su mamá se llamaba Maria Jesús, y era muy guapa. También estaba su hermana Clara que tenía unos ojos muy bonitos. Las abuelas, que eran grandes como montañas, pues habían vivido muchos años. Los amiguitos de Murcia que eran arbolitos pequeños como ellos. Los amigos de Madrid, que aunque estaban lejos, hacían largos viajes para jugar con ellos. Había muchas personas en aquella ciudad que se llamaba Murcia. Personas que eran de su familia, personas que eran de su colegio y hasta personas que iban por la calle y se fijaban en ellos. Una vez fueron a un mercado a comprar zapatos, y un señor grande y gordo les regaló un globo azul para Edu y un globo rojo para Silvia.
Y así pasó el tercer día. El señor Dios veía todo. Veía a Edu y a Silvia que aprendían a andar. Veía los ojos bonitos de Clara. Y hasta veía al señor grande y gordo que regalaba globos a los niños en el mercado de los zapatos. Los niños se caían y se levantaban mientras aprendían a andar, pues les pasaba como a los árboles, que tenían que aprender solos a resistir la lluvia y la tormenta.

El cuarto día Edu, Silvia y muchos amiguitos más se fueron de viaje a Tenerife. Allí vieron unas playas que tenían la arena de color negro; vieron un loro con plumas de todos los colores, hasta de color azul como el mar; había también una piscina para niños y como era verano y hacía mucho calor, se bañaron con los manguitos. Era divertido viajar y ver nuevas cosas. Lo bueno de viajar es que aprendes cosas. Edu aprendió a tirarse del borde de la piscina y Silvia aprendió a subir en el tobogán de abajo hacia arriba. Son cosas muy complicadas, pero viajando las puedes aprender.
En el huerto del señor Dios los arbolitos ya eran más grandes y también aprendían cosas. Por ejemplo: cuando salía el Sol y la luz les alcanzaba las hojas, se les calentaba el cuerpo y por su interior circulaban los alimentos mucho mejor; tambíén aprendieron que cuando llovía y la tierra se mojaba, a través de sus raíces se movía el agua hacia el interior de su tronco.
El señor Dios veía que los jovenzuelos observaban y aprendían, y eso le ponía contento.

El quinto día Edu y Silvia fueron a una ciudad que se llamaba Madrid. Como en las ciudades hay muchas casas y muchas calles, no hay sitio para los animales, así que los juntan a todos en un sitio que se llama zoológico y allí los pueden ver los niños. Hay animales muy grandes como los elefantes, que tienen una trompa muy larga que el señor Dios se la puso para que pudieran tomar cacahuetes. También hay un animal con el cuello muy largo que se llama jirafa, y tiene lunares por todo el cuerpo, como el balón de fútbol de mi papá. Me acuerdo de los monos que estaban siempre dando gritos y gritos, y se comían los plátanos de dos en dos. Pero lo que más me gustó fueron los delfines, que nadaban y daban saltos como cuando vamos a la piscina de los Maristas y los niños de la clase se vuelven un poco turuletas y saltan y se ríen.

El sexto día Edu y Silvia se acordaron de sus papás y de sus profesores. Los mayores. Siempre están preocupados para que nos abriguemos en invierno, para que comamos todos los días, para que no nos pongamos malitos, aprendamos a leer y a escribir; y sobre todo, para que tengamos cuidado cuando crucemos la calle.

El séptimo día era el último de la semana; el señor Dios descansaba y nosotros le dábamos las gracias por todo lo que habíamos aprendido esa semana.

Hoy soy un niño pequeño y estoy en clase con mis compañeros. Me asomo por la ventana y veo el bosque del señor Dios. Es un bosque muy grande con árboles de todo tipo, los hay altos y esbeltos como las jirafas, los hay grandes y corpulentos como los elefantes.

Miro dentro del aula y veo a mi profesor que escribe las letras en la pizarra con una tiza blanca. Y allí están mis compañeros de clase, unos son niños como yo, y otros son niñas como mi hermana Silvia. Los hay que corren mucho, como Pedro. También hay una niña que da saltos muy largos y se llama María.

Miro por la ventana, miro dentro del aula, miro a mis padres, a mis amigos….; pero sobre todo, no puedo dejar de mirar a los bonitos árboles que el señor Dios plantó un día en su jardín, que crecen día a día, altos, espigados, potentes.

Siempre que paseo con mi hermana Silvia, cuando pasamos cerca de una arboleda, nos paramos y contemplamos asombrados la obra del jardinero.

Esta es la historia de dos niños que eran hermanos y vieron crecer juntos los árboles del bosque.

Ángel dijo...

Gracias por tus enlaces con el blog de Citas y Frases.

Anónimo dijo...

Hola, Ágel. Este blog es mi fuente de inspiración cuando necesito materia prima para pensar. Supongo que este blog no lo cerrarás ¿verdad?

Mariana dijo...

Hi...yo tampoco quiero escaquearme!!!, a ver que sale!!!:
Amo a la vida por encima de todo, la amo.
Amo a la salud frente a la enfermedad, la amo.
Amo a las personas que saben amar y me aman de verdad, las amo.
Amo a la libertad, tanto en el éxito como en el error, la amo.
Amo a la justicia por encima de todas las cosas,la amo.
Me amo igual que amo a los demás...con mis grandes limitaciones y mis virtudes...amándome y amando...perdonándome y perdonando...por el camino de la vida que nos guia.
Con todo mi cariño.